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Hay un poder casi mágico que tiene el Derecho: reconocer. La mayoría de las personas que acuden a las leyes y los tribunales están buscando, en esencia, eso, que una autoridad aceptada por todos como rectora de la sociedad les diga “sí, usted tiene derechos”. Ese acto empoderador se ve en todos los asuntos: desde la persona que cobra una deuda hasta las disputas territoriales entre los estados. Sin embargo, así como el Derecho puede reconocer, sus silencios ocultan, marginan, desprotegen. No es que aquello que no tiene nombre en el Derecho no exista, porque claramente hace parte de la realidad, pero carga consigo el lastre de no ser reconocido.
Por demasiados años, las personas que aman a personas de su mismo sexo han estado en ese silencio ensordecedor y les ha tocado luchar, centímetro a centímetro, para que el Estado y el Derecho digan “sí, ustedes existen y merecen la misma protección que los demás”.
Por eso, la sentencia de la Corte Constitucional que permitió la adopción por parte de parejas homosexuales se siente como el triunfo de la justicia y la sensatez. Lo bello de la utopía constitucional, esa que dice que Colombia es un país incluyente donde cabemos todos, es que, cuando se cumple, nos deja soñar con que somos una nación viable, capaz de repensarse y reinventarse para ser cada vez mejor.
Ya lo habíamos dicho: el debate, aunque candente por la pluralidad de odios irracionales que despierta, es sencillo jurídica y científicamente. Los demandantes han probado, más allá de toda duda, que no hay motivos para desconfiar de las familias conformadas por parejas del mismo sexo y, sobre todo, que los niños huérfanos merecen ser adoptados por estas familias.
El asunto es de igualdad simple y la ley ahora es razonable: a las parejas del mismo sexo se les pedirán los mismos requisitos para adoptar que se les piden a las parejas heterosexuales y a las personas solteras. En otras palabras, históricas e inspiradoras por representar lo mucho que hemos avanzado, la orientación sexual no es un criterio válido para discriminar.
Desentona Viviane Morales, supuesta representante del liberalismo —las cosas que hay que ver en Colombia—, con su referendo que intenta echar para atrás la sentencia. También desentonan las iglesias que la apoyan, que cambian con asombrosa rapidez su mensaje de bondad por uno de odio y discriminación cuando de este tema se trata. Cabe decirlo: esa iniciativa de referendo, que propone una concepción mezquina y perversa de la democracia, donde ésta no es más que una herramienta para que las mayorías matoneen a las minorías, no puede prosperar en un Estado Social de Derecho. Inaceptable. La historia los juzgará con garrote.
Bien por la Corte, que todavía debe solucionar la ambigüedad jurídica que creó en el tema del matrimonio igualitario. Allí tampoco hay razones para negarlo. También felicitamos al Gobierno, que, después de años de tibieza, apoyó con vehemencia este cambio histórico.
Pero queremos dedicar unas palabras a las familias homoparentales que ya tienen hijos o que en un futuro le cambiarán la vida a un huérfano: ¡Gracias! Gracias por apostar por la institucionalidad, gracias por no desfallecer en su lucha por una Colombia más igualitaria, gracias por formar familia pese a todas las dificultades, gracias por criar a quienes serán, sin duda, unos colombianos más tolerantes.
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